Hace varios meses me acerqué al doctor Martin Santos con la intención de organizar un foro, para reflexionar sobre el papel de las víctimas, cómo protagonistas de la reconciliación en nuestro país. Desde ese momento admiro su capacidad de gestión, liderazgo y apertura para abrir espacios de discusión sobre este tema.
Hoy podemos contribuir con ideas y reflexiones, para allanar el camino de la reconciliación, en una sociedad que históricamente ha padecido los crueles efectos del conflicto armado.
Es un sueño de todos invocar la paz, tras el escenario de violencia que ha dejado huellas en nuestra memoria colectiva e individual.
Preparémonos para el posconflicto con discusiones de fondo. Discusiones que nos permitan explorar diferentes perspectivas, y enriquecer nuestros propósitos de reconciliación y perdón.
Hablo de estas dos últimas palabras, no solo como conceptos, sino también como experiencias.
Porque más allá del heroico esfuerzo que viene haciendo el Gobierno Nacional, en cabeza del Presidente Santos, para encontrar la paz, los ciudadanos debemos ser conscientes de que se trata, de una responsabilidad compartida.
Nuestra responsabilidad compartida es que se hagan públicas las demandas de las víctimas, la necesidad de evitar el olvido.
Gonzalo Sánchez, director del Centro Nacional de Memoria Histórica, señala que “la memoria se expresa como experiencia y como ejercicio terapéutico que tiene una poderosa fuerza comunicativa”. Evitar el olvido nos conduce a mostrar la vulnerabilidad de las instituciones y las carencias de nuestra democracia.
Para que haya de los victimarios reparación, verdad y no repetición, es preciso suscribir un nuevo pacto: el de reconstruir la institucionalidad y las reglas de la democracia. Un pacto para generar confianza y legitimidad, inclusive, hasta en la propia justicia.
María Teresa Uribe decía que “hay una magia en las palabras, y una virtud en ellas para la curación de las heridas morales, y para la mitigación del dolor”.
En Ruanda, Sudáfrica, Argentina, El Salvador y España, entre otros países, no ha sido fácil encontrar la reconciliación y el perdón, por la multiplicidad de interpretaciones causadas por la violencia.
Interpretaciones que se han incorporado en la mente de los ciudadanos, tales como: la venganza, el odio, los intereses económicos y políticos, y las inequidades sociales, las cuales complejizan el rompecabezas que se arma al negociar la paz.
Tenemos una responsabilidad compartida para que la reconciliación y el perdón no queden atrapados en lo indecible. La virtud principal de la reconciliación es que rompe la espiral de la venganza. Y el perdón es un bien individual y supremo del alma de cada ser.
El perdón posee muchas virtudes. Una de las principales es que suspende la condición de víctima. Y digo eso como una experiencia propia, resultado de la angustia existencial que vivió mi familia, con el secuestro de mi padre, quien estuvo cautivo por las Farc durante casi 9 años. Como si fuera poco, justo cuando llevábamos seis años en esa pesadilla, el EPL secuestró a mi hermano, para extorsionarnos económicamente.
En Colombia la reconciliación debe emerger en los pliegues de una sociedad desgarrada por el dolor. Esa reconciliación creará las condiciones para el perdón.
Como señalaron los clásicos de la filosofía del perdón Derrida , Paul Ricœur, y Jankélévtch: “El perdón es un acto individual y no ejercido por un intermediario, en este caso el Estado. El perdón no posee plazos en el tiempo, es un don gratuito de la víctima no prevé prescripciones, ni armisticios.”
El estado no perdona; ¡perdonamos las víctimas!!!. En ese orden de ideas, el perdón y la reconciliación son una virtud política para generar nuevas sociedades. Advierto, el perdón jamás impide el desarrollo de la justicia
El perdón es un reconocimiento del otro, su origen viene del ofendido. Es un acto humano.
Hace poco leía sobre un veterano de la guerra en Vietnam, que narró cómo los hombres de su pelotón derramaban lágrimas, mientras esculcaban en las pertenencias de los vietnamitas muertos. En sus manos tomaban las fotos de padres, abuelos, nietos novias, esposas e hijos, y decían: ‘Son iguales a nosotros’.
Al ver a mi papá aquí presente, reflexiono que como familia entendimos que odiar a las FARC, era seguir secuestrados y decidimos liberarnos a través del perdón. Por ello me siento con autoridad para desafiar y convocar a los colombianos a la reconciliación y al perdón como una responsabilidad compartida.