HONGOS, CONTRACULTURA, BUDISMO Y CRISTIANISMO

                                                                            Por: Julián Alberto Villegas Perea – Magistrado

Hoy en día es un axioma decir que la historia de los seres humanos, e incluso de la biología, es el resultado de confrontaciones de contrarios que van marcando el rumbo de los acontecimientos. Es la aplicación de un método que descubrió hace veinticinco siglos Heráclito, llamado dialéctica, que luego estudiaría George Federico Hegel, y del cual se servirían los materialistas históricos para reformular sociológica, política y económicamente los modos de producción de la sociedad a través de su devenir.

La historia humana se ha construido como consecuencia de la confrontación de tendencias, pueblos, sociedades, ideologías y naciones. La guerra pone fin a esas confrontaciones.

A la postre la historia la cuentan quienes han ganado la guerra. Cualquiera guerra. Sea cruenta o incruenta, militar armamentística, o ideológica, o mercantil, los que vencieron terminan dando una versión que se vuelve oficial y certificada de los aconteceres humanos.

Particularizando en mucho ese axioma, y referido a un aspecto que toca con la cultura de occidente, y los instrumentos de mercado institucionales para defenderla, centremos la atención en algo que ocurrió hace mas de seis décadas en el mundo: La incursión de los hongos en la experimentación de una generación que procuró desmarcarse de sus padres y antecesores.

Las multinacionales que financiaron al presidente Richard Nixon, entre farmacéuticas, tabacaleras, y licoreras, terminaron de ganar la que ellos consideraron era una guerra no declarada, cuando la generación joven de los años 60′, emprendieron un camino diferente de esa inveterada cultura anglo americana de medicina tradicional alopática, distracciones por medio del licor, el cigarrillo Marlboro y otros, el cacareado heroísmo patriótico, así como el mercantilismo exacerbado.

Los jóvenes empezaron a oír a los profetas de la tierra; a los sabios de la naturaleza, a otras propuestas de realización de la vida. Y conocieron la sustancia llamada SILOCIBYNA, la cual es producida providencial y naturalmente por el reino Fungi de los hongos que penetraron no sólo su mente inquieta y rebelde, sino literalmente su fisiología,  con resultados de sorprendentes experiencias de reencuentro con lo que desde hacía tantos siglos atrás los griegos, algunos de sus pensadores, especulaban mediante sus cogitaciones para encontrar la verdad y la hermandad entre todos los seres de todos los reinos sobre el planeta, y el bienestar de la raza humana.

Era la naciente contracultura de la paz contra los estragos de la guerra perdida del Vietnam y la decepción de un mundo que, luego de la gran guerra, se erigía como alternativa para darle a los seres humanos la posibilidad de un mundo de fraternidad, de igualdad, de solidaridad y de amor.

Nixon, cual caja de resonancia de esas multinacionales, y toda esa infraestructura de poder económico, político y militar, le declaró la guerra a esa naciente cultura, a esa contracultura psicodélica y “degenerada” de paz y amor.

No hemos averiguado con certeza qué o quién con exactitud fue el que indujo a que el jefe del imperio dijera, a la par que la FDA, que los hongos eran nocivos, mortales y satánicos y un asunto de seguridad Nacional.

Probablemente el pentágono, la CIA, y los organismos que diseñan las políticas públicas al compás de los dictados del gran capital, miraron esa novedosa vocación humana como un atentado a la propuesta del estereotipo del humano de occidente vorazmente competitivo, egoístamente emprendedor, explotador inmisericorde de los recursos naturales, genealógicamente una máquina de producción para satisfacer la acumulación de bienes de consumo, un ser alienado por la dinámica de la batalla contra algún enemigo que desafía sus potencialidades y su vocación a vencer en esa batalla. Era, en gran parte, una forma de deslegitimar al humano de oriente, enredados como quedaron en el conflicto este-oeste, que había surgido luego de la segunda conflagración y el reacomodo del nuevo orden mundial.

Y así, por los medios de comunicación y todas las fuentes de información, cual correa de transmisión, eso fue replicado en Norte, Sur y Centroamérica, y se instituyó como paradigma de salud pública, como norma educativa, como tabú religioso, y silentemente como doctrina militar.

Se itera, ya habían perdido la guerra del Vietnam, y ello se sumaba a que el mass media americano no quería meterse en otra guerra, ahora interna. Mejor deje así.

Los estudios de muchos neurocientíficos, de psicólogos, de antropólogos, de químicos, de etnólogos, y profesionales de otras disciplinas interesadas, han arrojado desde aquellas décadas, y ahora con mayor profundidad, la conclusión de que la silocibina y otras propiedades, contenidas en las setas y las otras especies de hongos, ante su ingesta, tenían y tienen el extraordinario efecto de recomponer el sistema neuro celular del cuerpo, y al mismo tiempo disponer a una mejor comprensión de la relación del hombre y la naturaleza como parte de una unidad simbiótica para perdurar en el tiempo. Para obtener la interconexión e interdependencia plenas. Eso es innegable, y por cierto muy desconocido por gran parte de la población mundial, fruto del trabajo tendencioso de los medios de información planetaria, siempre al servicio de intereses proclives al gran capital y aun sistema de vida que le es dependiente.

No es sinó ver multitud de documentales, videos, series completamente organizadas, y conferencias que circulan en plataformas como Netflix, YouTube y otras, para emprender un breve camino de averiguación acerca de este fenómeno.

Todo esto se une o se encuentra con esa otra cultura que viene de los pueblos del sol naciente, donde la mirada de la vida es distinta al positivismo Kantiano, y la barbaridad domesticada de occidente.

Bien pronto estamos llegando probablemente, como se anuncia, a la cultura budista; se puede por esta vía del reino fungi emprender un viaje a estancias místicas y ascéticas, por lo pronto inefables, y acceder a otro camino para entrar a la interiorización de la cadena de ombligos de ADN que llevamos dentro, hasta la singularidad cósmica, o lo que muchos designan como el big bang.

Es ello en lo que se empeñan las religiones del oriente mediante la meditación y silencio, mediante la concentración suprema y el encuentro en lo profundo con el ego, en la mira de integrarlo con el todo, o de abandonarlo para llegar a ser ese todo. El budismo quiere alcanzar la iluminación y la claridad.

Pero no podemos dejar pasar el momento para, en una mirada muy personal, poner las cosas en su lugar, pues si bien, destaco que estas disciplinas de la meditación, de la concentración profunda, de la interiorización del ser, de la integración con la naturaleza, nos parecen un rescate de valores esenciales en la condición humana para una sana pervivencia de su especie, estimo que allí no se agota la búsqueda y teleología del destino de la raza humana.

Creo con todo el corazón y mi razón, que mas allá de la interiorización del hombre, éste está puesto en este rincón del cosmos para trascender; además de toda la égida de propender por una civilización que axiológicamente procure su bienestar durante su estancia por el globo terráqueo como ser individual y como ser comunitario.

Siddhartha Gautama, creador de esa admirable filosofía (o religión, o disciplina corporal, o cultura antropológica o espiritualidad -como se le quiera ver-) que es el budismo, si bien tuvo una experiencia interior durante mucho tiempo, en procura de la perfección mediante la pretendida iluminación, no podemos desconocer hechos en la historia humana que apuntan a objetivos más allá de tales experiencias antrópicas y cosmológicas.

Por ello, consideremos cómo Saulo de Tarso (quien se convertiría luego en el apostal Pablo) da testimonio evidente de haber tenido una experiencia, no ya interior (aunque su religión de fariseo lo avocaba a diario a interiorizar su proceder), sino de una experiencia exterior de encuentro personal y físico con un ser llamado Jesucristo, autoproclamado y reconocido en la posteridad como el mesías, luego de que hubiera partido de esta tierra, (similar encuentro habían tenido, luego de la muerte de su maestro, los discípulos de Jesús); ocurriendo ese encuentro del gran paladín del cristianismo, cuando iba camino de damasco bajo el designio de perseguir a miembros de la nueva secta (cristianos), al venir sobre él una luz tan fuerte del cielo que lo cegó y cayó de su caballo, mientras una potente voz decía: «¡Saulo!, ¡Saulo!, ¿Por qué me persigues?». Saulo respondió: «Señor, ¿quién eres?» Y oyó que la voz le decía: «Soy Jesús, a quien tú persigues».

El hombre, a través de toda su historia individual y comunitaria, ha procurado alcanzar la respuesta a varias preguntas trascendentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos?

La filosofía; la religión; la ciencia; y hasta la metafísica, han intentado responder a esas preguntas.

Es perceptible que, en esa misma historia, han emergido dos enfoques y/o posturas de viaje: La una, que hasta con espontáneo y transparente propósito, pretende desarrollar al máximo los talentos, las capacidades, los elementos antropológicos que componen su ser humano, en procura de alcanzar el bien y la perfección. Quizás, diríamos, legendariamente ha pretendido conocer, digerir y potencializar el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, que él mismo decidió sustraer del paraíso.

Es la decisión responsable de auscultar la corrección de un sentido y de obtención de la felicidad por sus propios medios, unas veces partiendo de la duda, otras de la averiguación, del descubrimiento, y otras de la persistencia, pero en todas ellas, huyendo de la confianza en algo que no sean sus propios medios; huyendo de la esperanza en algo sobrenatural.

En la otra orilla está esa confianza unas veces pura, otras mediatizada por la combinación de experiencia personal efectiva de trascendencia; de ver lo presentido y de creer para ver lo esperado, y así entrar a un mundo de realidades trascendentes y unipersonales unívocas; de certezas alborozadas, de panoramas sobrehumanos, de ontologías sobrenaturales, de un reino más allá del reino animal, o vegetal, o mineral, o fungi, o protista, o Múnera; el Reino de la Fe.

En este reino se acepta, se cree y se exalta el dominio y ejercicio de un Ser creador, protector, sustentador y desarrollador de la vida, del cosmos, y de todas las dimensiones tanto del ser como del no ser.

La única fuente real del conocimiento, en ese designio por alcanzar la realización humana (o la perfección como dirían los otros), no es sólo las ciencias naturales, la razón, la lógica, la introspección filosófica, y la experiencia sensible. Se asoma en todo su esplendor la razón de la ciencia de la fe, por así decirlo.

En este reino de la fe, se han abierto varios caminos con elevado deseo moral de acercarse a ese Ser Superior e interactuar legítimamente con El y con su cercana estancia.

Mas o menos once caminos o propuestas se han transitado en el transcurrir de las civilizaciones, y en ninguna de ellas sus altos representantes o emblemáticos profetas o sabios, salvo en uno, en su elevada moral, se han atrevido a afirmar ser la deidad misma hecha carne.

Ni Lao Tsé, ni Confucio, ni Sócrates, ni Moisés, ni Paramanhansha Yogananda, ni Sidartha Gautama, ni el Dalai Lama o Rimponshé, ni Mahoma, ni Crishnamurti, ni Mohatmas Ghandi, ninguno se atrevió en su elevada moral y recto decir, a afirmar como sí lo hizo Cristo, ser Dios.

Budismo es a Buda como Cristianismo es a Cristo, y si nos vamos a este tipo de parangones lingüísticos, pero al mismo tiempo con un contenido significante, no cabe duda que tenemos que comparar a buda con cristo.

Buda en sus 53 Sutras nunca afirmó -en su auténtica ética y en su profunda experiencia de muchos años para procurar encontrar la iluminación, y eso que él llamaba la claridad total-, y nunca se encontró en sus viajes de interiorización, con algo que le señalara que él era Dios o alguna deidad. Pudo tener experiencias de interconexión e interdependencia plenas con el todo, mediante ejercicios disciplinares de mente, cuerpo y espíritu, y así decir, como algunos seguidores de escuelas esotéricas y orientales afirmaran, que tuvo una experiencia crística.

Empero, por su lado, Cristo sí afirmo ser Dios. La biblia está llena de pasajes en los cuales no sólo se profetiza el cumplimiento en Jesús de Belén sobre la llegada del mesías, sino de aquellos en que él mismo, mayestáticamente, con autoridad, serenidad y fuerza, afirmó tal condición, así como los que recogen el testimonio espontáneo y evidente de sus discípulos que no ex audito alieno, sino por observancia y escucha directa presenciaron los hechos de su deidad; y de especial relevancia el contenido de su doctrina evangelizadora cosmogónica: Su venida a la tierra para sustituyendo al cordero pascual, conforme la ley divina y religión judaica, ofrecerse como víctima sacrificial, a fin de cubrir los errores del hombre en el final propósito de que éste pudiera gozar, por justificación de su culpa, de las mieles de una vida eterna y a plenitud.

No fue la condena que se le hiciera a Cristo porque se levantara como líder de un movimiento alterno al de los Zelotes para disputarle el poder al rey romano, y de paso al poder político y sacerdotal encarnado en el concilio del sanedrín. No fue porque disputara agriamente con los miembros de esa casta sacerdotal y política judía la recta hermenéutica de la Torá; o porque había injuria y calumnia en él por llamarlos hipócritas, falsarios de la axiología mas pura del contenido de la ley mosaica; o porque efectuara acciones sobrenaturales que no gozaran de la certificación política de ese concilio de jueces autorizados para acreditarlo. No fue porque enfervorizaba a las clases populares, sin proponérselo, a recelar de la justicia social de esos gobernantes inclementes y distantes de las necesidades de los pobres, miserables y vulnerables de la nación hebrea.

Anás y Caifás en epónimo sitial de arrogante autoridad, se rasgaron las vestiduras, hasta la parodia teatrera, por una afirmación clara, directa e irrefragable que Jesucristo aceptara. Ser hijo de Dios, ser Dios mismo.

Budismo, pues, viene de Buda, el iluminado (pero nada mas); Cristianismo viene de Cristo, el hijo de Dios, Dios mismo.

Esta premisa nos pone entonces a considerar muy seriamente que no podemos quedarnos sólo en la instancia de alcanzar realizaciones interiores muy profundas, o alcanzar mediante el silencio y la meditación un estado de claridad plena. Tenemos que ir más allá, pues otra realidad se nos presenta en la historia que es lo que se denomina “el hecho de Cristo”.

Y este “hecho” nos avoca a una toma de posición frente a este ser extraordinario y único de, y en, la historia. Eso mismo fue lo que deontológicamente, a fin de asumir una plena responsabilidad racional, siempre estuvieron haciendo los filósofos en las diversas etapas de su quehacer.

La doctrina del budismo, para usar una terminología pedagógica, plantea por otra parte, que para la ocurrencia de los hechos deben conjugarse muchas circunstancias al unísono, y que para que cada una de esas circunstancias, a su vez, ocurran, deben también conjugarse otra serie de circunstancias antecedentes y concomitantes, y así ad infinitum.

El budismo a la postre preconiza que no existe un Dios, sino que dios es todo el universo, es el Todo, y por ello todos somos como especie de dioses si nos lo proponemos, al integrarnos e interconectarnos con ese todo.

Empero, mírese que dicho planteamiento tiene como consecuencia un gran interrogante: Cuál es el origen de esas circunstancias; y si no tienen origen ¿cómo es posible que siempre hayan existido? ¿Y por qué antes que la existencia de algo en vez de ello no haya la nada, como decía Leibniz?

Esto por supuesto avoca a un ejercicio apriorístico de la razón y del pensamiento que genera el dilema de saber si la razón no nos traiciona, o si los objetos del conocimiento son distintos a los que dibuja el pensamiento, todo lo cual ha sido una tarea de observación y análisis por parte de la filosofía, de la reflexión gnoseológica.

Pareciera que si se quiere asumir el asunto con total responsabilidad epistemológica, el objetivo del ser humano, aun con toda su ilusión de alcanzar la iluminación, la interdependencia e interconexión, no puede quedarse en esa experiencia que, por lo mismo, no pasa de moverse en un plano de la existencia, empero sin obtener la trascendencia, de cara a la evidencia de ese hecho de la incursión en este mundo de un ser que afirmó ser Dios y demostró con indicios fidedignos la correspondencia entre lo que afirmaba y lo que ha producido durante varios milenios.

Si el nirvana es la estancia de liberación del sufrimiento, la comunión con Cristo es la estancia de la liberación de la muerte para pasar a la eternidad con él.

Hay que abandonar la idea de control, como preconiza el budismo, refiriéndose también a modo de reproche a las religiones que son manipuladas por el amor al poder como degradación de las mismas movidas por el egoísmo humano; y en ello se coincide con la pureza de la teología cristiana en cuanto en realidad las circunstancias, en toda su manifestación, no dependen del ser humano, pues sólo Dios controla todas las circunstancias.

Coinciden también ambas reflexiones espirituales en que, como lo propone el budismo, la meta de la felicidad de una persona no puede estar supeditada al costo de la felicidad de otra, pues se rompe la armonía en la cadena de sucesos, y por ello viene el sufrimiento. Debe ser que la meta de la felicidad de alguien está supeditada a la valoración de la felicidad de otra persona.

Si bien la filosofía utilitarista y la sobredimensión del exitismo como resultado de la bendición divina, que se predica mucho hoy en día en las llamadas telecongregaciones y empresas de mercadeo de la fe, recipiendarias de los llamados diezmos y ofrendas, algunos llegando a alcanzar incluso el poder político a costa de la ingenuidad y la confianza de los incautos seguidores, ha desfigurado y trastocado la mas pura enseñanza de Jesús y sus apóstoles, no puede escamotearse que la enseñanza y práctica real del mesías es que felicidad de una persona en el cristianismo está en el servicio, en el desprendimiento del yo, en la obtención de la felicidad propia al ver la felicidad del hermano.

Basta leer en paralelo, el sermón de la montaña pronunciado con gran ardentía por el divino maestro, y de que se ocupa el evangelio de Mateo 4, 5 y 6, para ver allí una nueva concepción del comportamiento humano, aunque en principio no parezca placentero, ni propio de la costumbre inveterada construida y sustentada por el derecho germano romanista, el Padre Derecho, de obtener retribución o compensación por las ofensas que se nos infiera, o de buscar inicialmente en la historia una justicia vindicativa, o luego retributiva, o posteriormente distributiva -como resultado del avance de la teoría política-, para darse cuenta que la revolución del hombre está en el desapego de su ego, y la entrega al amor.

Es la doctrina del nuevo nacimiento de Juan 3: Si el grano de trigo (el ego) no cae en tierra y muerte, queda solo; pero muriendo lleva mucho fruto. NO sólo fruto para los demás sino igual fruto para sí, a la postre.

Otro tanto, empero si bien son coincidentes ambas espiritualidades en que hay una interiorización como común denominador en el ejercicio espiritual de la meditación, pues en realidad, en principio, cuando al orar cristianamente observo mi conducta y hago un inventario de mis procederes y de mis actos fallidos, o para exponer mi condición de vulnerabilidad y me propongo determinar un giro radical en lo que observo que he dañado a otros o a mi mismo, luego esa dinámica o ejercicio se diferencian o se separa el uno del otro, porque al meditar estoy en un yo con yo, en tanto que en la oración cristiana una vez salgo de la fase de la introspección, me uno a Dios para buscar misericordia, dirección y fuerza para continuar mi camino. Es un yo con Dios, o Dios con yo. Aquel un Yo con yo, y ésta es un Dios con yo.

Es curioso y paradójico que, habiendo tantas diferencias, con todo, la cultura de occidente y oriente se encuentran en algunas cosas esenciales. Ya Sócrates el gran filósofo y sabio griego dijo algo que se volvió como un apotegma ontológico: “Conócete a ti mismo” o Nosce te ipsum que es idéntico a lo que los continuadores de la obra del príncipe Siakamuni buda han preconizado a través de dos mil cuatrocientos años, bajo el mantra del naun pa, tal cual el título de un libro del Dalai Lama actual.

En últimas, el fin ulterior del budismo es erradicar el sufrimiento y alcanzar el Nirvana; por su parte el fin ulterior del cristianismo es alcanzar la vida eterna, y tener una vida aquí en la tierra con sentido y propósito.

No me cabe duda que tanto los hongos como instrumento de recuperación de la salud perdida en ciertas áreas de mi cuerpo y de mi mente, así como la meditación profunda, pueden y de hecho coadyuvan al bienestar del individuo, eso tiene el límite de no poder entrar, y que reclama mi ser, en la trascendencia que entraña ponerme en comunión con Dios por medio de la fe y la oración sensatas y esperar algún día, en el día de resurrección, mi ingreso al reino de la vida eterna que El me prometió.

Posted by Elías

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